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La lucha en las prisiones y la C.O.P.E.L.

El presente artículo se escribe con razón del comienzo de la huelga de hambre del preso anarquista José Antúnez Becerra, encarcelado en la prisión barcelonesa de Brians 2. Antúnez Becerra lleva cuarenta años en prisión, ha denunciado varias veces el trato hacia los presos como él, y fue un activo militante de la C.O.P.E.L. (Coordinadora de Presos en Lucha) durante la llamada “Transición española”.

Dicen que las prisiones de un Estado son un reflejo de la sociedad, pero también dicen que el mero hecho de existencia de prisiones ya denota una amplia degradación de una sociedad y de un sistema socioeconómico determinado. El nivel del sistema penitenciario del Estado español durante los últimos años del franquismo era paupérrimo, y durante la Transición siguió siéndolo. Los funcionarios no solo permitían sino que a la vez potenciaban los enfrentamientos entre los presos de un penal para que entre ellos también rigiera la ley del más fuerte y así no hubiera cabida para ningún tipo de organización ni solidaridad entre ellos. Durante los años ’70 y ’80 existían tres “estamentos” de presos. El último escalafón y, por ende, el más débil y vulnerable, lo componían los homosexuales, los jóvenes y los extranjeros –que en muchos casos no conocían ni el idioma-. Al otro extremo tenemos a los que se conocían como “cabos de varas”, que no eran más que aquellos presos que disfrutaban de los favores de los funcionarios ya que los primeros se encargaban de controlar al resto de presos y dar el “chivatazo” a sus superiores si algún otro preso no seguía las normas establecidas. Y el tercer estamento, que por aquella época era muy numeroso, lo componían los presos políticos, los cuales tenían una fuerte consciencia de su situación como víctimas de la represión del Estado, gracias a su militancia y a sus lecturas sobre teoría política comunista, socialista o anarquista. Su condición de presos políticos les hacía reclamar una serie de demandas y tratos de favor, muchas veces dejando de lado las reivindicaciones –igualmente necesarias- del resto de presos sociales, denotando cierto clasismo.

Con la muerte del Generalísimo Franco, saltó la alarma dentro del ‘mundo’ penitenciario. Los rumores sobre una posible amnistía, y la demanda de ésta por parte de la población civil en el exterior, provocaron una gran ansiedad entre la población reclusa y poco a poco empezaron a organizarse. Pero surgía un problema: Los presos sociales (comunes), que al mismo tiempo se comenzaban a organizar, se dieron cuenta que esos rumores de amnistía los dejaba fuera, que no disfrutarían de las mismas oportunidades que sus compañeros de galería, y los enfrentamientos internos comenzaron a aflorar. A todo esto había que añadirle que parte de los presos políticos se creían moralmente superiores por su formación y militancia política, razón por la cual daban apoyo a la exclusión del preso común de la amnistía. En relación a esta concepción de la inferioridad de los presos comunes/sociales frente a los presos políticos hubo excepciones; principalmente los únicos grupos o colectivos que reclamaban la amnistía para todo preso, ya fuera social o político, fueron los trotskistas, los anarquistas y ETApm (politiko-militarra). Y efectivamente ocurrió lo que se esperaba; en julio de 1976 se dio una amplia amnistía para la mayoría de presos políticos, y los miles de presos sociales constataron que no se reconocían las causas sociales de su encarcelamiento (cuarenta años de dictadura e injusticia social), lo cual encendió la mecha reivindicativa de esta población reclusa y los internos de Carabanchel pasaron a la acción y dieron inicio al primer amotinamiento el 30 de julio de 1976. Aquel primer día se ocupó el techo de una de las galerías del penal de Carabanchel. Así  describía la situación un Grupo Autónomo Libertario: “Ya no aguantábamos más. Y por si fuera poco, la cosa se caldeó aún más por el menosprecio que los presos políticos manifestaban hacia nosotros, sobretodo, es curioso, los que iban a salir amnistiados aquellos próximos días. Total, que diversas veces llegamos a enfrentarnos físicamente”.

Esta situación, sumada a la violencia de los funcionarios de las prisiones, fue el germen de la C.O.P.E.L. La coordinadora de presos en lucha fue impulsada por un grupo de internos de la prisión de Carabanchel en Otoño de 1976 con unos fines muy claros: Amnistía general, humanización de las prisiones, depuración de funcionarios torturadores y una reforma de las leyes penitenciarias. La primera aparición pública de esta nueva organización fue el motín del 21 de febrero de 1977, pero sus acciones empezaron un mes antes, el 19 de enero de ese mismo año los presos adultos comenzaron una huelga de hambre como protesta por las palizas de los funcionarios a los menores de edad que se hacinaban en el reformatorio. Dicha huelga de hambre duró siete días, y el único resultado que conoció fue una oleada de fuerte represión por parte de los funcionarios. ¿Qué desencadenó la primera aparición pública el 21 de febrero de 1977? A mediados de ese mismo año comenzaron los “secuestros”. Los traslados nocturnos conocidos bajo ese nombre por parte de la población reclusa se produjeron hasta bien entrados los años ’80 y se realizaban de forma ilegal, sin orden judicial y sin avisar previamente a familias, abogados ni al propio preso. El destino era siempre el internamiento en los penales más duros del Estado: Burgos, El Dueso, Ocaña, etc.  Fueron estos “secuestros” los que propiciaron la primera aparición pública de la C.O.P.E.L. y la hizo saltar a primera página de los medios de comunicación de tirada nacional. El 21 de febrero de 1977, en el límite de la desesperación, estalló el motín en la famosa prisión de Carabanchel.

Cuando las instituciones penitenciarias se dieron cuenta de que habían despertado a la “bestia” no tardaron en aumentar la cruenta represión y aislamiento de los presos, pero tal cosa no consiguió paliar las revueltas, sino que las acrecentó. Los motines, las huelgas de hambre y las “plantadas” (negación colectiva hacia los procedimientos cotidianos de la prisión) se iban multiplicando cada vez más. Los castigos, las palizas y torturas, las celdas individuales de castigo no consiguieron detener la gestación de esta nueva organización. Todo lo contrario, con todo eso, la COPEL no solo no fue desarticulada, sino que se desarrolló y multiplicó cada vez más. Al ser trasladados sus hombres más activos por las distintas prisiones del Estado, la mecha revolucionaria se extendió por todos los grandes penales del territorio español. Además, los miembros de la C.O.P.E.L. consiguieron crear una rudimentaria imprenta clandestina hecha a partir de la suela de zapatos de goma, creando miles de octavillas explicando el porqué de su organización y de cual eran sus reivindicaciones. Eran las siguientes:
                
                -Amnistía general.
                -Abolición de las torturas y tratos humillantes
                -Alimentación decente.
                -Supresión de castigos disciplinarios.
                -Creación de visitas íntimas.
                -Fin de la censura en la correspondencia.
                -Reforma del código penal para adecuar las penas a la realidad social.
                -Acceso a la educación y a tener bibliotecas.
                -Derecho a la libertad condicional.
                -Redención de pena por trabajo a todos los presos por igual.

La tercera gran acción de la COPEL en Carabanchel fue conocida por la prensa como “La batalla de Carabanchel”. El 18 de julio de 1977 ocho presos se amotinaron en el tejado de la prisión mientras que 33 compañeros más iniciaron el corte de venas general para ser trasladados al hospital. Los compañeros amotinados en el tejado de la prisión iban vestidos igual, con pantalón negro y camiseta roja, portaban una gran pancarta con el logo de la C.O.P.E.L. y se subieron distintas banderas que representaban los distintos pueblos del Estado español. Y la mecha se prendió; lo que comenzó con ocho presos subidos en un tejado acabó con ochocientos presos amotinados en los tejados y con un grito unánime: ¡AMNISTÍA!Tras este hecho se consiguieron unas cuantas mejoras en el interior de las prisiones, pero sin duda la mejor de ellas fue conseguir una potente adhesión desde el exterior por parte de distintos colectivos sociales que comenzaron a reclamar esa ansiada amnistía. Tras este nuevo año de lucha dentro de las prisiones se comenzaron a recoger los primeros frutos. Algunos, aunque pocos, funcionarios y médicos tomaban partido apoyando a la población reclusa, se negaban a usar la fuerza bruta o incluso presentaban su dimisión para dejar de ser cómplices de esa brutal política represiva. La situación de las cárceles españolas cada vez más pasaban a debate de la opinión pública y con la consecución de algunos de sus objetivos, las relaciones entre los presos se tornaban cada vez más humanadas y dignas. Las instituciones penitenciarias estaban desbordadas con las olas de rebeldía que nacían en sus cárceles, y al ver que a mayor represión mayor combatividad por parte de los presos, a finales de 1977 decidieron introducir la droga en los centros penitenciarios más combativos para poder aplacar su lucha.

Una vez entrado el año 1978, concretamente el 14 de marzo, la lucha daba un vuelco espectacular. Ese día siete presos son torturados salvajemente con la desgracia de la muerte de uno de ellos, el anarquista Agustín Rueda Sierra, natural de Sallent (Cataluña). Por mucho que el Estado hubiera hablado de reformas penitenciarias la represión seguía siendo su principal respuesta a las demandas de los presos y a sus intentos de fuga. En un primer momento la dirección penitenciaria de Carabanchel intentó esconder el caso, pero los abogados se enteraron del asesinato y de las torturas y el terrible suceso saltó a todo los medios de comunicación. La respuesta externa –y solidaria- no se hizo esperar: a los cinco días del asesinato de Agustín Rueda Sierra, el por entonces Director de Instituciones Penitenciarias, Jesús Haddad, aparecía asesinado a balazos.

“Se ha derramado mucha sangre para tan poca cosecha”, rezaba la revista Ozono. Al Estado español se le hacía insoportable la presión tanto interior como exterior, así que decidió optar por cambiar la estrategia. Se nombró como nuevo Director de Instituciones Penitenciarias a Carlos García Valdés para que fuera el encargado de elaborar una nueva Ley Penitenciaria en las que se recogieran las reivindicaciones de los presos en lucha. El Congreso de los Diputados elaboró una nueva ley por la cual se prohibían los indultos generales pero se recogían las reivindicaciones y reformas propuestas por la C.O.P.E.L. Un año después de la reforma de García Valdés, todo quedó en papel mojado. La reforma consiguió su verdadero objetivo, la desarticulación de la C.O.P.E.L. por enfrentamiento entre dos líneas de actuación que surgió en el colectivo: Los que pretendían seguir luchando y los que querían sentarse a negociar pacíficamente. Tras esa aparente reforma penitenciaria quedaba la estocada final a los presos más revolucionarios. El Estado quería cobrarse su última venganza. Muchos de los miembros más significativos de la COPEL fueron trasladados en 1979 a Herrera de la Mancha, la nueva cárcel de máxima seguridad. Dicha cárcel fue un centro de tortura brutal y continua, día tras día. Ahí acabó la C.O.P.E.L., o lo que quedaba de ella. La Ley General de Penitenciaria aprobada el diciembre de 1979 recogió casi todas las reivindicaciones por las que luchó la Coordinadora de Presos en Lucha, aunque con el paso de los años muchos de esos derechos han sido recortados a muchos presos y presas, sobre todo a aquella población reclusa en régimen F.I.E.S. 

Se derramó mucha sangre, quizás demasiada. Muchos presos sufrieron las torturas, e incluso muchos dieron su vida por la lucha revolucionaria. No se consiguió la ansiada amnistía general, pero si ciertos derechos muy importantes como los Vis a Vis, comida en buenas condiciones, libertad condicional o el acceso a la educación. Pero sin duda una de las victorias más importantes fue la consecución de ciertas fugas en algunos penales españoles por parte de muchos presos que no dejaron nunca de intentar escapar de aquellos centros de tortura y exterminio que fueron –y son- las cárceles, porque como dijo aquel preso anónimo “en este lugar donde reina la tristeza, no se castiga el delito sino la pobreza”.


“No podemos considerar el sistema penitenciario de una forma aislada, sino como el punto final de un sistema de opresión que comienza en las leyes, en la organización de la sociedad”. Agustín Rueda Sierra. 

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